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Lacan decía que el psicoanálisis podía ofrecer una salida al capitalismo,
no por la vía de una revolución, sino por la de una subversión.
¿Podría ser el amor, el motor de tal subversión, a pesar de los
intentos fallidos del discurso por querer controlarlo, sometiéndolo a
las leyes del mercado? En este artículo intentaremos
encontrar las claves de tal resistencia, así como, ofrecer un
recorrido por la concepción del amor y su relación con algunas de las
vicisitudes de nuestro tiempo.

 

Amor

Tanto Freud como Lacan se han ocupado del amor, pero es Lacan el que de una forma más exhaustiva, a lo largo de su enseñanza, recorre las distintas concepciones, que a lo largo de nuestra historia, han marcado nuestra forma de amar. Desde la influencia platónica pasando por el amor Cortés, Lacan, en el seminario Aun, nos llevará hasta la concepción de un «nuevo amor».

Freud nos habla del amor por la identificación y nos dice que puede llevarnos a fenómenos de masas nada recomendables, sabemos lo que supuso la identificación y el amor al líder. Él ubica el amor en el lugar del ideal del yo (lo que para Lacan sería un significante amo) y que por ser común a los diferentes individuos que componen el grupo, va a permitir su identificación recíproca y que constituyan un conjunto. Lacan retoma esta tesis en su «Observaciones sobre el informe de Daniel Lagache», en los Escritos 2:

«Freud nos mostró como un objeto reducido a su realidad más estúpida, pero puesto por cierto número de sujetos en una función de denominador común , que confirma lo que diremos de su función de insignia, es capaz de precipitar la identificación del Yo ideal hasta ese poder débil de malaventura que muestra ser su fondo. ¿Habrá que recordar, para dar a entender el alcance de la cuestión, la figura del Führer y los fenómenos colectivos que han dado a este texto su alcance de evidencia en el corazón de la civilización? »

Freud, estudiará, también, la elección de objeto amoroso marcada por el narcisismo. Una concepción del amor marcada, sobretodo, por lo imaginario. Un amor, basado en la idea de incomplitud y en el afán unificador. Búsqueda siempre fallida de las condiciones del objeto perdido.  En tres ensayos para una teoría sexual (1905), Freud aclara:

«El hecho de que el primer enamoramiento serio del joven, como es tan frecuente, se dirija a una mujer madura, y el de la muchacha a un hombre mayor, dotado de autoridad, es un claro eco de esta fase del desarrollo: pueden revivirles, en efecto, la imagen de la madre y del padre. Quizá la elección de objeto, en general, se produce mediante un apuntalamiento, más libre, en estos modelos. El varón persigue, ante todo, la imagen mnémica de la madre, tal como gobierna en él desde el principio de su infancia…”

Pero en Freud no encontramos únicamente esta versión del amor. Años más tarde, en el célebre texto Introducción al narcisismo (1915), dará un giro teórico más, a esta concepción, incorporando la división entre la elección de objeto narcisista y anaclítica:

“…los seres humanos se descomponen tajantemente en dos grupos según que su elección de objeto responda a uno de los dos tipos, el narcisista o el del apuntalamiento; más bien, promovemos esta hipótesis: todo ser humano tiene abiertos frente a sí ambos caminos para la elección de objeto, pudiendo preferir uno o el otro. Decimos que tiene dos objetos sexuales originarios: él mismo y la mujer que lo crió, y presuponemos entonces en todo ser humano el narcisismo primario que, eventualmente, puede expresarse de manera dominante en su elección de objeto».

Freud, establece una diferencia, en cuanto a la elección de objeto, para el hombre y para la mujer. Dirá que el tipo de elección de apuntalamiento es característico del hombre, mientras que atribuirá, a la mujer, el tipo de elección narcisista. Lacan no ayuda a entender esta diferencia con su esquema L:

Aquí la primera relación narcisista se constituye sobre la primera diagonal m—i(a), y la relación anaclítica, de dependencia hacia el otro, se escribe en la diagonal S—-A. La primera consiste en una relación entre dos iguales, mientras que la segunda supone la alteridad. Puede decirse que el narcisismo es el amor como tentativa de reducir al Otro al mismo. En el anaclitismo, por el contrario, el Otro debe permanecer como Otro, para que el sujeto pueda permanecer dependiente. De este modo nace el Otro del amor. Un Otro al cual debe pedirse, pues la misma dependencia pide el pedido, la significación de la demanda. Cuando se trata de un amor de dependencia, está implicada ya la problemática de la demanda, algo que no sucede en el amor a lo mismo, donde no sería necesario pedir nada, porque el Otro, siendo lo mismo, lo sabría ya.

Desde el Edipo Freudiano, podemos entonces, responder a la pregunta ¿cómo un hombre puede amar a una mujer? Y no es otra que renunciando al objeto primordial, la madre, y al goce que se refiere a ella. Dicho de otra manera, no sin una castración de goce. Esta hipótesis según apunta Colette Soler, en su libro Lo que Lacan dijo de las mujeres (2006), sólo serviría para el hombre. «… Se sabe que Freud intentó trasladar la explicación hacia el lado femenino, pero no lo consiguió, su famoso ¿qué quiere una mujer?  Lo confiesa y podría traducirse así: El Edipo hace al hombre, no hace a la mujer».

Aquí es importante estar advertido de las derivas, que las aportaciones freudianas han podido tener sobre nuestra manera de entender la sexualidad femenina. Lacan, critica fuertemente la división que Freud hizo entre el orgasmo clítoridiano y el vaginal. Pues pretende suplir el goce suplementario a un terreno de localización anatómica, de acuerdo con la lógica fálica. La presencia de un goce, tal y como lo plantea Lacan, deslocalizado, que se puede sentir en todo el cuerpo y que no pasa ni se reduce al goce fálico. Si bien las mujeres participan de este goce fálico, además experimentan un goce suplementario que compromete a todo su cuerpo.

Ademas, no es solamente porque una mujer necesita protección que aspira al matrimonio, como postularía Freud, sino como consecuencia del no-todo. Éste genera el llamado al amor de un hombre «… la búsqueda de un decir que, nombrando su ser de síntoma, del síntoma que ella es para el Otro, la saca de su solead de goce y anuda lo no identificable, el Otro que ella es para sí misma, el llamado al Uno de elección». Es por esto que la pérdida de amor, tiene un efecto depresivo en la mujer, que cree perder una parte de sí misma. Desde esta mirada, Colette Soler nos muestra como el goce otro, es un goce  que no identifica, a diferencia con el hombre, para el cual el goce fálico, posee un valor que identifica. Para aclarar este punto vale con poner como ejemplo el caso de esos hombres  que alardean de sus hazañas, siempre fálicas, y se reconocen tanto más hombres cuanto más goce fálico acumulan. No es lo mismo para una mujer. Ésta no se hace reconocer como mujer por el número de sus orgasmos, por ejemplo, que lejos de exhibirlos, los esconde. Es de aquí de donde surge la necesidad de otro recurso y los esfuerzos para identificarse por el amor. En otros términos, a falta de poder ser La mujer, queda la posibilidad de ser «una» mujer, elegida por un hombre (C.Soler, 2006).

Lacan en el seminario Aún dice que cuando se Ama no es asunto de sexo. «El goce del Otro, del cuerpo del Otro que lo simboliza no es el signo del amor”. Nos dice que el amor es un signo que se transmite al amado, que es recíproco, que pide amor, que lo pide… Aún. Y es que cuando Alguien se enamora, parecen suspenderse las diferencias que por momentos vivimos como insalvables entre hombres y mujeres. La relación sexual es imposible de escribir. No hay forma de poder armonizar un goce con el otro. Es esta imposibilidad que de una u otra forma, el amor trata de suplir. Referido a Lacan, el amor es un intento de suplir esta imposibilidad del goce masculino con el femenino. Por ello las distintas formas que hasta ahora el amor se ha expresado, el cortes, el platónico… tienen esta función de suplencia. Por ello Lacan llega a decir que el amor es imposible. Una chispa que en un momento suple esa imposibilidad y que después en algunos casos pasa al orden de lo necesario. La experiencia de un análisis, parece rebajar mucho los poderes del amor. Incluso parece que a veces lo revela ilusorio, mentiroso, engañoso. Ilusorio ya que no cumple con sus promesas de unión; mentiroso porque es narcisista, disimulando el amor hacia sí mismo bajo la máscara del amor hacia el otro; engañoso, en fin, porque quiere el propio bien encubierto con el bien del otro.

Colette Soler, en Los afectos lacanianos, señala que el análisis no puede anunciar el fin de la impasse sexual. No promete ni la relación (imposible) ni el encuentro (contingente) a merced de la buena suerte y nos recuerda que Lacan lo dejo claro al dirigirse al psicoanalista para hablar de esa ficción instituida «que se llama matrimonio», en su clase del 8 de diciembre de 1971:

«Sería buena la regla de que el psicoanalista se diga, sobre este punto, que ellos se las arreglen como puedan. Esa es la regla que sigue en la práctica. No lo dice, ni siquiera se lo dice por una suerte de falsa vergüenza, pues se cree en deber de paliar todos los dramas. Es una herencia de pura superstición. Hace de médico. Nunca el médico se había metido a asegurar la felicidad conyugal y, como el psicoanalista, aún no se ha percatado, de que no hay relación sexual, naturalmente, lo acosa el rol de providencia de las parejas. Todo eso: la falsa vergüenza, la superstición y la incapacidad de formular una regla precisa sobre este punto, la que acto de enunciar, «que se las arreglen», proviene del  desconocimiento de esto que su experiencia le repite, pero incluso podría decir, le machaca, que » no hay relación sexual».

¿Pero que nos llevara a elegir y a encontrarnos unos con otros en los diferentes momentos de la vida? ¿Podrá surgir un amor distinto basado en la singularidad del sujeto? ¿Distinto al que se encalla en la repetición? ¿Distinto al que se aliena a las improntas familiares? ¿Distinto al que tiende al todo sin la unión sin falla?. Es en este sentido que Lacan, en Aún, habla de «un nuevo amor», apoyándose en la idea de un amor que sería producto de un recorrido analítico. Ya había utilizado nociones como la del amor sin límites, en el seminario de los Cuatro conceptos fundamentales del psicoanalisis. Se trata del amor pensado más allá de los límites del registro freudiano del Edipo. La expresión un nuevo amor, la toma de un poema de Rimbaud que se titula A une raison (A una Razón). En esta dirección, Miller, tomando como referencia el amor, al final del análisis, afirma que se trata de «No más odio sino lucha» y «No más amor que sea repetición o pasión, sino un amor que sea una voluntad». Y se pregunta ¿como se transforma el amor, una vez que su condición es conocida? A lo largo de un análisis, el sujeto conoce su condición de amor, las puede ubicar en referencia a su familia y a su fantasma. ¿Pero este saber, que efectos tiene en el amor para el sujeto? ¿El hecho de saber la condición de amor, destruye la posibilidad de amor? ¿Puede haber amor sin estar ya nunca más engañado? El sujeto puede consentir a ampliar la condición de amor, una condición que es muy estrecha. Creo que cuando Lacan habla de invención, se entiende la diferencia entre un sujeto sometido a su condición de amor y un sujeto que supuestamente ya no está sometido a ella, de tal manera que tiene una posibilidad de invención, en este campo, que no tenía antes. Es decir, pasa de la necesidad a la contingencia. Para decirlo sin emplear la palabra deseo, pero apuntando a un deseo decidido, he utilizado la palabra voluntad. Una voluntad de amor (Miller, J., 1992).

Las condiciones de amor

Las condiciones por las que uno elige a su partenaire son de un saber inconsciente.  Recordamos como Jacques Lacan, en su seminario Aun, hace referencia explícita a esta cuestión «Todo amor encuentra su soporte en cierta relación entre dos saberes inconscientes». Esas marcas singulares no son las identificaciones familiares, ni las determinaciones, sino lo más propio de uno mismo. Lo que inventó uno por fuera de todo eso. En el análisis el sujeto viene con todo ese peso y lo va despojando hasta encontrarse, digamos, con lo más propio, que ya no puede achacar a ninguna identificación, que es una manera singular de gozar. Es una marca que está conectada con esta imposibilidad. Sabemos que esto da pie a un amor que permite de una dignidad mayor y que consiste en saber de esa imposibilidad, por lo tanto en sostenerse con lo más singular de uno. Es entendiendo el amor como un síntoma que podemos entender algo de su carácter de repetición y compulsión. Es el síntoma que logra anudar el goce de uno (el que no hace lazo social, que es entonces autista) con un lazo al semejante sexuado. Es en este sentido que Lacan propone que una mujer es el síntoma para un hombre. «Tu eres… mi síntoma», sin duda es lo más sólido que puede decirse al final de un análisis (Soler, C., 2011).

Freud muestra como esos otros del amor son todos parecidos. Señala, por ejemplo, como en los hombres existe la condición particular de degradación de la mujer. El rasgo de puta, que en realidad esconde el rasgo de «no-toda», que la mujer no sea toda de él. Por otro lado, la idealización, supone una condición de amor que permite reducir el Otro al Uno. Poniendo el ideal (I) en el lugar del objeto (a) se reduce al Otro al significante y así se desconoce su goce, su diferencia, aquello que lo hace Otro. Podríamos decir, entonces que Freud señala como divergentes, a las condiciones de amor, de las condiciones de deseo. La primera se expresa en la elevación de la mujer, el respeto hacia ella, mientras que la segunda en lo contrario: el desprecio o el odio.

La condición estructural del amor es para todos, la castración. En cada sujeto, las condiciones singulares están determinadas por el fantasma, y se ordenan según los tres registros (I,S y R). Por lo cual, la elección del objeto de amor esta determinada por las condiciones de goce. Así es que cuando el Otro del amor desaparece, lo que resta es la pulsión. Miller señala, respecto a este punto, que  entonces ya no se trata de la presencia del Otro, como en el amor, sino de la presencia del goce en el lugar del Otro. Por esto puede preguntarse: Cuando tú gozas, ¿me quieres o no?

De esta articulación podemos ver la secuencia deseo-amor-goce y como el amor tiene una función de mediación entre el deseo y el goce. «Sólo el amor puede hacer condescender del goce al deseo » Señala Lacan en el  seminario X, Aún. Por tanto, el amor sería un lazo que permitiría ir del Uno al Otro, esto es, del goce del Uno, a la búsqueda de un objeto de deseo (campo del Otro). Porque el sujeto trata, por la vía del amor, de inscribir su goce propio en una relación con el Otro. Así, el lazo del amor, que siempre busca a un otro, es el intermediario que hará condescender al goce en el campo del deseo.

Desde siempre el amor había sido pensado como una contingencia, dependiente de un encuentro al azar, como lo que Aristóteles llama Tyche, es decir un encuentro producido de manera imprevisible. El psicoanálisis, en cambio, a través de la transferencia, ha demostrado algo distinto, a mostrado como hay algo que se repite como un patrón. Hablamos de lo que Aristóteles llamó automaton y que en el amor no es otra cosa que esas condiciones de amor y de deseo particulares de cada sujeto. Vale el anterior ejemplo de esos hombres que no pueden desear a una mujer si no es la mujer de otro. Por lo tanto, podríamos pensar que en la elección del objeto amoroso, para ser idealizado, debe ser equivalente a un objeto fundamental. Rasgos imaginarios o simbólicos que el sujeto encuentra en su objeto amoroso y que le recuerdan a su madre, padre, hermano… De tal manera, que el amor en el psicoanálisis, aparece, en primer lugar, metonímico. Y en segundo lugar, diríamos, el amor aparece repetitivo.

El amor disimétrico

El papel fundamental de la castración en el amor, nos permite pensar la relación amorosa como disimétrica. Lacan, en el seminario de La transferencia  distingue entre el que ama y el que es amado, rompiendo la idea de simetría y nos conduce a pensar que al que ama le falta algo y, en cambio, que el amado tiene, no le falta. De este modo, se piensa el amor en términos de tener o no tener y no tanto en términos de ser o no ser. Así, podría pensarse que el amado tiene poder sobre el amante, lo que daría pie a relaciones de sumisión. Llegados a este punto cabe preguntarse ¿es al hombre a quien conviene la posición de amado, mientras que la posición de amante es por excelencia de la mujer? Sabemos que eso no es siempre de este modo, pero sí estamos en disposición de afirmar que uno ama en tanto que el otro tiene. Es por esto, que estar enamorado es aceptar no tener, o dicho de otra manera, amar feminiza.

Lacan acude a la antigua Grecia y toma El banquete de Platón para situar el amor de transferencia, lo que ocurre en la relación analítica entre analista y analizante. El banquete se refiere al amor, trata de la reunión de varios personajes, con motivo de la celebración de una comida, y en la que se pide a cada uno de los comensales que haga un elogio sobre el amor. El amor griego era el amor a los jóvenes bellos, el amor homosexual, donde cada uno de los miembros de la pareja era nombrado de forma diferente indicando su posición en la pareja. Erómenos: es la palabra que designaba al joven amado, era el más joven de los dos que había consumado su desarrollo pero que aún era imberbe. Era el objeto de amor. Erastés: designaba al mayor de los integrantes de la pareja, era el amante, aquel que careciendo de algo puede desear. Lacan lo dice de una manera muy precisa: el erastés es el que no tiene; el sujeto que puede desear porque no tiene. Al contrario, el erómenos, el objeto amado, es el que tiene. Y el erastés desea lo que el otro tiene. Cómo surge el amor entre el erastés y el erómenos, cómo articular lo que le falta al amante con lo que tiene el amado? Ya que, como he señalado al principio, no hay coincidencia entre lo que a uno le falta y lo que el otro posee, y es esta no coincidencia la que posibilita el amor.

Lacan, dedicó íntegro el seminario de La Transferencia, al Banquete de Platón. Usó la pareja de Aquiles y Patroclo para mostrar el tipo de intercambio que se da en el amor: cómo de objeto se puede pasar a ser sujeto y viceversa. Aquiles era el objeto de Patroclo. Cuando Patroclo muere, Aquiles llora sobre su tumba. En ese punto Patroclo pasa a ser el objeto y Aquiles el sujeto. La situación se invierte y Lacan llama a ese movimiento: la metáfora del amor. ¿Por qué? Porque metaforiza al amor como consecuencia de la falta del objeto. Lo que más se ama es lo ausente en el objeto. El arte se ha hecho eco constante de esta articulación. Se nutre de ella. Recordamos, por ejemplo, como Isabel Coixet, en su película, «Las cosas que nunca te dije» escenifica a una mujer, que decide gravarse en video para enviarle un mensaje a su partenaire después de que éste la llamase para decirle que nunca más volvería a casa, porque había conocido a otra mujer. Lily Taylor, la actriz protagonista, en el video, le dice lo siguiente:

«Qué difícil. Pero me parece que aún es más difícil quedármelo para mí sola. Supongo que por eso lo hago. Tú siempre me preguntabas en qué momento había empezado a quererte. Empecé a quererte exactamente cuando me llamaste para decir que me dejabas. De hecho fue en ese preciso momento cuando olvidé el amor que sentía antes, me olvidé de la ternura y del sexo, de tu lengua, me di cuenta de que lo que había sentido antes no era más que el simple reflejo de lo que era el amor. Descubrí que no te había querido nunca. De repente pensé en aquella tortura que practicaban en Francia. ¿Sabes qué hacían? Ataban las extremidades de una persona a cuatro caballos y los azuzaban en direcciones diferentes. Pues así es cómo me sentí. Así es cómo me siento. Ahora ya sé lo que es amar. Te amo con esa clase de amor que había rezado por sentir cuando era una adolescente y que ahora rezo por no volver a sentir nunca más».

Lacan dice que el amor es una metáfora, es decir, la sustitución de un significante por otro, que produce una significación nueva, el Amor. La función del amante (erastés) sustituye a la función del amado (erómenos) y surge el amor como significación nueva. En este seminario ejemplifica la metáfora del amor con una bella imagen:

«Es ese deseo por el objeto amado que yo lo compararía con la mano que se extiende para atizar el leño y que en el momento de alcanzarlo se inflama, y en la llama aparece otra mano que se tiende al encuentro de la primera ¡lo que se produce entonces es el amor!».

Vemos que no se trata de simetría, de ninguna similitud en manos opuestas, el movimiento de una no es réplica de la otra. Es un movimiento de báscula, de erómenos a erastés. El erómenos que aparecía completo surge a su vez como deseante.

Lacan se va a detener sobre todo en el dialogo entre Alcibíades y Sócrates para situar la posición del analista en la relación transferencial. Alcibíades dirige a Sócrates su demanda de amor. Es el erastés, desea el agalma, objeto precioso que cree en posesión de Sócrates. Pero Sócrates no se reconoce cómo erómenos de Alcibíades, dice no tener nada deseable, nada digno de ser amado. Sabe que eso tan valioso que en él ve Alcibíades en realidad es nada. Y así, no respondiendo a la demanda de amor de Alcibíades, negándose a ser su erómenos, impide que se realice la metáfora del amor. Al mismo tiempo, en el momento en que reconoce no tener nada, nada digno de ser amado, Sócrates surge como deseante, como erastés, y es este lugar de falta, lugar de deseo, lo que le permite interpretar a Alcibíades, diciéndole: Todo ese amor que tu diriges hacia mi en realidad es a Agatón a quien se refiere (Agatón es otro de los asistentes al banquete).

Pensarlo desde la lógica de amado, veremos la necesidad de éste de que el otro del amor esté en falta. Querer ser amado es querer que el otro experimente su propia falta, hacer surgir la falta en el otro, supone castrarlo. Es por este motivo que el odio es tan próximo al amor. Miller señala respecto a este punto que amar es odiar algo en el otro, odiar en el otro aquello que lo hace suficiente, su autosuficiencia. «(…) Hay un odio varonil hacia las mujeres en tanto que quieren hacer surgir la falta en el hombre. Y un odio femenino hacia los hombres, en tanto que no dejan surgir la falta en ellos. Hay, felizmente, mujeres que quieren a los hombres, que quieren ser deseadas, pero frecuentemente les aman como niños. Y, si bien se ha desarrollado mucho en la teoría analítica el papel de la mujer fálica, falta el capítulo del hombre niño, que lo complementa. Los hombres que quieren a las mujeres son los que no temen ponerse en falta, que no tienen temor de presentarse a una mujer como faltando de ella, y son tanto más varoniles cuanto más pueden presentarse como amantes, como en falta, lo que supone asumir la castración y no preocuparse por ser amado, en este punto debería organizarse un mecanismo que distinguiera amor y deseo, así como tener y ser».

En la histeria y, sobretodo, en la neurosis obsesiva, podemos observar, desde la clínica, lo que Lacan vino a llamar, con un neologismo, el «odioenamoramiento» (hainamoration): amor y odio en una misma palabra y que, ya desde el psicoanálisis, ya se conocía con el nombre de ambivalencia.

Lacan también recurre al Amor Cortés como modelo de la divergencia entre el que ama y el que es amado. Aquí, la satisfacción pulsional se ve sublimada a través de la figura idealizada de la dama. Con ella el hombre ha de poner en juego la paciencia, la mesura y la moderación, hasta convertirse en su servidor. «El objeto femenino se transforma en una función simbólica en donde la satisfacción sustitutiva es una suplencia de la relación sexual” (J. Lacan, Seminario VII). De este modo, el hombre, satisface con el amor, lo que ha sido privado a nivel sexual, sosteniendo el placer de desear, de experimentar un cierto displacer y dando prioridad al placer de los preliminares, en clara oposición al principio del placer freudiano. En cuanto a la figura de la Dama, Clotilde Pascual en su artículo La posición de la Dama en el amor cortés, nos dice que pasa de un primer tiempo donde hay un goce cerrado en si mismo, sin límite y sin hacer vínculo con un hombre (goce suplementario sin goce fálico), a un segundo tiempo donde se produce un goce de la posición femenina desdoblado y en donde por la mediación de sentirse amada por un hombre, como mujer singular, no como Dama despersonalizada, puede pasar al deseo. No hay amor sin acto ni acto sin amor. Es cuando la mujer ama el estilo del bien decir y del bien hacer. Ama la manera como el hombre dice y hace. El estilo que en el Seminario Aún se introduce como: La mujer ama en el hombre la forma en que él ama (Pascual, C.,2001).

Capitalismo

«Al transformar el dinero en mercancía que sirven como materias formadoras de un nuevo producto o como factores del proceso laboral, al incorporar fuerza viva de trabajo a la objetividad muerta de los mismos, el capitalista transforma valor, trabajo pretérito, objetivado, muerto, en capital, en valor que se valoriza a sí mismo, en un monstruo animado que comienza a «trabajar» cual si tuviera dentro del cuerpo el amor»
Goethe, «Faust» (parte I, «Taberna de Auerbach»).

El capitalismo nace a partir de dos condiciones fundamentales, por un lado, la ciencia, que ha permitido formas de producción diferentes de las artesanales, y por el otro, la revolución francesa, que deshizo el orden del Antiguo Régimen.

El capitalismo tiene algo más de dos siglos de vida, pero la noción de discurso capitalista tiene fecha precisa, es una producción de Lacan del año 1970. Una Invención que se da en el contexto del mayo del 68 francés y que finalmente quedará como discurso añadido a los cuatro que ha construido en el seminario El reverso del psicoanálisis y reescrito en Radiofonia y Televisión.

Los discursos son modalidades de lazo social. Más concretamente, Los discursos suponen la regulación necesaria de los goces para que un lazo social sea posible. Desde este punto de vista, caeremos en la cuenta de la paradoja que supone el discurso capitalista, si tenemos es cuenta que éste se caracteriza precisamente por la fragmentación (término utilizado por Lacan en los años 70) de los lazos sociales. Deshacer los vínculos sociales supone, evidentemente, deshacer también las clases sociales.

Lacan desarrollo el concepto de discurso principalmente en el Seminario 17, El Reverso del Psicoanálisis.

«A fin de cuentas no hay más que eso, el vínculo social. Lo designo con el término de discurso porque no hay otro modo de designarlo desde el momento en que uno se percata de que el vínculo social no se instaura sino anclándose en la forma cómo el lenguaje se sitúa y se imprime, se sitúa en lo que bulle, a saber, en el ser que habla”.

El discurso capitalista

El discurso capitalista está organizado a partir de lugares y términos que establecen la relación del sujeto ($) con los significantes (S1 – S2) y con el objeto a, es decir, la relación del sujeto con el goce y que en esta ocasión designa la plusvalía, el objeto como plusvalía.

Lo que importa en la escritura del discurso capitalista, es que Lacan dibuja una flecha continúa, sin ruptura entre los cuatro términos: $, S1, S2, a. En cambio en los otros cuatro discursos hay una ruptura, una discontinuidad entre la producción de goce y la verdad del goce. En el discurso capitalista no hay este imposible y Lacan marca la diferencia con las flechas que constituyen un círculo continuo, cerrado sobre sí mismo. Podemos decir, entonces, que hay un sujeto (arriba a la izquierda), que comanda un saber (arriba a la derecha) para producir un plus de gozar (abajo a la derecha). Pero también vemos como ese objeto producido (a), comanda al sujeto. Podemos afirmar, entonces, que en el discurso capitalista tanto el sujeto como los productos son los que comandan, ya que cada sujeto se ve, también, explotado por los productos. Es el término que Lacan usa en Radiofonía: no son explotados por el amo sino por los productos.

Lacan se va a referir en pocas oportunidades, una de ellas es una conferencia que dará en Milán en 1972 y donde decía:

«La crisis no es del discurso del amo, porque el discurso capitalista la sustituye y está abierta… No les digo en absoluto que el discurso capitalista sea débil, al contrario, es algo locamente astuto. Muy astuto pero destinado a reventar. En fin, es el discurso más astuto que jamás se haya tenido, pero está destinado a reventar porque es insostenible. Vean. Una pequeña inversión simplemente entre el S1 y el $ es suficiente para que todo marche sobre ruedas. Eso no podría ir mejor. Pero justamente eso marcha así, velozmente a su consumación».

Para poder entender el origen de tal fragmentación, Lacan recurre a la lectura de Marx y su concepto de plusvalía. En el capitalismo, una parte del trabajo que realiza el proletario no es pagada. Antiguamente se pagaba sólo lo necesario para que el trabajador pudiera renovar cada día su fuerza de trabajo. Un trabajo que produce un valor y una parte de ese valor que no es pagada, produciendo una plusvalía. El capitalista se apropia de ella y es reinvertida en el capital, es decir, no es usada para el goce del capitalista sino para que el sistema capitalista continúe funcionando. La idea de Marx es que la plusvalía es el objeto al cual apunta el deseo del capitalista, de la que el capitalista se apropia y que roba al proletario ¿La plusvalía como causa del deseo del capitalista? Lacan en Radiofonía y Televisión, dirá que se trata de la causa del deseo también del proletario, para el que la plusvalía se convierte en un objeto perdido (robado), por tanto, a recuperar. Sin entender este deseo compartido del capitalismo y el proletariado, por la plusvalía, no se puede entender la escritura del discurso capitalista, ya que no se trata, entonces, de dos sujetos (proletario y capitalista), sino de uno sólo.

Puede llevar a confusión pensar al sujeto actual como adicto al goce. Esta sería una idea contraria a la enseñanza de Lacan, que precisamente indica lo contrario, que los adictos a los plus de goce gadgets, son adictos a la falta de goce, lo que ayuda a entender la queja actual de los sujetos. La actual abundancia es equivalente a una falta que se agujerea cada vez más hondo en los sujetos de nuestro tiempo. Lacan, en Radiofonia, es claro señalando que la producción insaciable de los plus de goce es producción insaciable de la falta de goce «La producción extensiva, por tanto insaciable, de la falta de gozar».

Pero entonces cómo resolver la paradoja siguiente: un discurso que forcluye la castración pero al mismo tiempo produce una falta de goce. Lacan resuelve la paradoja cuando aclara, en Subversión del sujeto y en el seminario sobre La Angustia, que la castración no es sólo la limitación de goce sino la falta de la puesta en función de la castración. Se trataría, pues, de dos dimensiones cuando nos referimos a la castración: por un lado hablamos de una limitación del goce y, por el otro, hablamos del uso de la castración, de su función, de su puesta en juego. Colette Soler, en su articulo El discurso capitalista (2006), nos dice: La tesis de Lacan es que en la relación de pareja se trata de la puesta en juego de la castración, lo que dice con una fórmula sobre la cual muchas veces nos interrogamos, cuando dice «dar su castración», dar su castración no es sencillamente echarse atrás, es hacerla servir en la relación de pareja, o cuando dice «el amor es dar lo que no se tiene», es decir dar su castración en el sentido de falta, pero darla es la puesta en juego y creo que en el discurso capitalista, en el lazo del sujeto con sus plus de goce no hay nudo de la castración, hay una repetición incesante de la falta, no es el uso en la relación con el Otro. A saber si eso es una condena del amor en el futuro; lo que podemos decir  con la ideología actual es que la espiración al amor está intacta, es mayor incluso, el amor en que se sueña, pero algo a cambiado.

La tesis de Lacan sobre el discurso capitalista nos dice,  por un lado, que forcluye la castración, y por el otro, que no se ocupa de las cosas del amor. Precisamente porque forcluye la castración no da lugar al amor.

«Lo que distingue al discurso capitalista es esto: la Verwerfung, el rechazo, el rechazo fuera de todos los campos de lo simbólico con lo que he dicho que eso tiene como consecuencia. ¿El rechazo de qué? De la castración. Todo orden, todo discurso que se empariente con el capitalismo deja de lado lo que llamaremos simplemente las cosas de amor, amigos míos… Es por eso que dos siglos después de ese deslizamiento, llamémosle calvinista, por qué no, – la castración ha hecho al fin su entrada irruptiva bajo la forma del discurso analítico».

Jaques Lacan, Seminario inédito «El saber del psicoanalista, lección del 6 de enero de 1972

Rechazar la castración en lo Simbólico es rechazar la falta y cuando ésta falta, sabemos, surge la angustia. Otro efecto del rechazo de la castración es la eliminación de la diferencia de los sexos. La competitividad a la que incita el discurso capitalista se alimenta de las carreras del goce fálico, propiciando el unisex igualitarista entre hombres y mujeres. En el 58, en los escritos 1, Lacan decía que la familia era el último residuo de la fragmentación de los lazos sociales. En la actualidad sería imposible sostener tal afirmación y tendríamos que recurrir al individuo como el último residuo de la fragmentación. En 1970, Lacan se dio cuenta que el discurso capitalista deshacía el vínculo social, deshacía la solidaridad y dejaba a cada uno enfrentado con el objeto plusvalía. Es por esto que el discurso capitalista no escribe ningún lazo social entre los partenaires humanos. A diferencia de todos los otros discursos, como nos indica Colette Soler en El discurso capitalista, que sí escriben un cierto vínculo entre los sujetos: el discurso del amo, entre el amo y el esclavo (o otras versiones del amo y del esclavo); el discurso de la histeria escribe el lazo entre la pregunta del sujeto histérico y todos los que vienen a encarnar el significante amo; el discurso universitario escribe el lazo entre los que detentan el saber y los que son su objeto, es decir, aquellos a los que el saber forma; el discurso de l’analista escribe un lazo entre dos partenaires: un analista y el analizante.

El amor, hoy

Los sujetos ahora dicen querer construir algo, se habla de construir una pareja, una familia, un trabajo. Antiguamente el problema de los sujetos no era construir un lazo social, sino más bien salir del lazo social de los que eran prisioneros. Colette Soler es explícita al respecto cuando dice El amor ha cambiado de estatus. «Los amores de hoy, ya no son los amores de antes. Ya no contamos con el modelo del amor ideal, pero aún tenemos amores». «(…) Hubo épocas en que el Otro era lo bastante consistente como para recubrir con sus mitos la hiancia de la no relación sexual, anudando así de forma típica el goce solitario a una relación entre dos seres sujetos al sexo. A partir de ahora, el Otro ya no sustenta esos nudos del amor: ni el amor homosexual a la antigua, ni el amor cortés a la Edad Media con su variante preciosa, ni el amor glorioso de los clásicos, ni tampoco el amor divino. Sin embargo, una vez perdidas esas figuras típicas del pasado quedan nuestros amores… Sin modelo, que me parecen propios de nuestro siglo. El amor contemporáneo es huérfano de sus mitos y esta reducido a la contingencia de los encuentros. Hoy en día el azar aparece como lo único capaz de tramarlos allí donde el Otro, cuando existía, ofrecía el patrón unificador. Y sin embargo se ama el amor más que nunca y quizá más desesperadamente que antaño, en este tiempo en que cuando se ama se dice prosaicamente que uno tiene una «relación», un «lío», o un «affaire», sin duda porque sabemos que allí esta el punto débil.

La fragmentación de los vínculos sociales resulta del modo en que el discurso capitalista promueve el lazo directo del objeto al sujeto, sin pasar por lo Simbólico. De este modo, engaña con su idea de satisfacción plena, a través de los plus-de-goce del mercado, generando lo que podríamos llamar un “supermercado” del amor. Así, un sujeto se haría objeto de satisfacción para otro sujeto. En esa expectativa, el amor, como mediador entre dos, sería innecesario. Sorprendentemente esto no es así. Nunca más que hoy los sujetos claman por el amor, lo buscan desesperadamente y se lamentan de como la precariedad de los vínculos les retorna soledad y angustia. Entonces, si el discurso capitalista deja al sujeto reducido a un cuerpo, éste solo podría aspirar a un goce autoerótico, sin tener en cuenta al otro, pero si no se conforma, que es lo más frecuente, puede apelar al amor. Ya que sólo el amor trasciende la lógica de costes-beneficios, poniendo un límite a la exigencia de goce. ¿Podríamos afirmar, entonces, que el amor es el gran disidente del discurso capitalista? Carmen Gallano, en su artículo El amor en la quiebra de los vínculos sociales, señala al respecto «El amor, en cualquier época de la historia, en los diversos discursos que lo han codificado en lo simbólico, en usos y costumbres de la vida amorosa, variables según las formas de sociedad, es esa “pasión del ser” que no se acomoda al ansia del “tener” ni al culto del “parecer” en la sociedad del espectáculo».

El capitalismo promueve el empuje a la realización del fantasma como posesión del objeto del deseo. En los amores de hoy, podemos ver como los hombres quedan atrapados en la fantasía de poseer a una mujer como su objeto, negando la diferencia y anulándola como sujeto. Y como algunas mujeres,  fantasmaticamente quedan fijadas a la aspiración de poder colmar al hombre, a todo hombre. De ahí que crece el maltrato a la pareja en esta sociedad que empuja a la realización del fantasma. Sabemos que es en los países de la llamada «sociedad del bienestar» donde mueren más mujeres a manos de sus parejas. Es el caso de Noruega, que ocupa el primer lugar en todos los rankings internacionales relativos a la igualdad entre hombres y mujeres, y en cambio, tiene un índice de mujeres asesinadas por sus parejas o ex parejas que casi triplica el existente en España. Estos fenómenos de violencia en forma de pasaje al acto, irrumpen en el momento en que el sujeto se desborda por la frustración de no poseer el objeto de su fantasma. El sujeto, en su voluntad de goce, desmiente el paso por el Otro y la castración.

Denis de Rougemont , en Amor y Occidente, nos acerca a la idea de que el amor, para ser vivido, ha de ser identificado como tal, en un discurso del amor. Algo que Zygmunt Bauman puede captar cuando habla de los amores líquidos, “el individualismo en red es en el tardocapitalismo la vía de socialización de los sujetos”. Un individualismo que encuentra confort en internet y sus redes sociales “supliendo con conexiones globales y virtuales las desconexiones reales y locales en el territorio que se habita».  en efecto, el mundo actual, se mueve por el “líquido” , “liquidez” de los mercados financieros. Carmen Gallano, en el artículo antes citado, apunta que los “amores líquidos” también pueden disiparse como “gaseosos”, al ser efímeros, inestables, sin compromiso, que buscan momentánea satisfacción y si esta no perdura, la “relación” desaparece. Al ser volubles, amenazan con ser volátiles. Esa “liquidez”, que es “liquidación” del amor como tal, se vuelve rentable en los nuevos mercados de la búsqueda del amor, inventados por diversas empresas. Se llega incluso a considerar factible el tiempo de su duración, para así poderlo incluir sin pudor en el mercado. De este modo hemos podido ver como una diputada alemana  ha propuesto que el contrato matrimonial sea de siete años. Hoy, cuando una pareja se separa, sobretodo las mujeres, se dicen «volver al mercado» «estar en el mercado». Para ellas, cuando se pronuncia esto, el propio sujeto se otorga un lugar.

 

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Bibliografía


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Escrito por:
Mila Herrera
Directora de Psicoclínica Barcelona

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