Ayudar a alguien que padece una depresión no es una tarea sencilla, aunque mostrar tu…
He podido comprobar en mi práctica clínica, como muchos jóvenes esperan con ansiedad la edad que sus padres han marcado como límite para disponer de su propio smartphone. Muchos de sus amigos, ya se han iniciado y saben que su integración en el grupo, depende, en buena parte, de poder estar “visible” para los demás en la pantalla. La mirada del otro, podemos decirlo así, viene a confirmar la propia existencia. Mecanismo que no es tan extraño, ya que sabemos que es uno de los principios fundamentales de la identidad y del propio cuerpo.
Disponer de un smartphone es una condición para no quedarse fuera de una vida que, en buena parte, se juega en la pantalla. Son nativos de la era de internet y no hay joven que no conozca el poder que se esconde tras esos objetos tecnológicos. Antes de disponer de su propio smartphone, han tenido ya oportunidad de recorrer el ciberespacio con ordenadores o dispositivos móviles de amigos o familiares.
Saben, entonces, que una vez posean su primer móvil, tendrán, por fin, la oportunidad de incluirse en multitud de sistemas de relación virtual, tales como redes sociales, grupos de whatsapp, facebook o youtube, o bien podrán acceder a juegos online, donde interactuar en línea con multitud de jóvenes, lo que les llevará a entrar en un sistema nuevo de relaciones basado en la no presencia física, la prevalencia de lo imaginario y la inmediatez de la satisfacción.
Será la entrada a una dimensión donde el tiempo y el espacio serán menos restrictivos, donde las identificaciones se impregnan de una dimensión imaginaria nunca vista hasta ahora, situando lo escópico en la base de la relación con el otro.
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