En el mundo laboral actual, la medición constante se ha convertido en norma. Las empresas…
Vivimos en una época donde el rendimiento laboral no solo se mide por lo que se produce, sino por la rapidez, la disponibilidad y la capacidad de estar siempre “a la altura”. La productividad se ha convertido en un valor central, casi un mandato, que muchas veces ignora el coste emocional y psicológico de quienes la sostienen, algo que aparece con frecuencia en las consultas de nuestro centro de psicología en Barcelona.
El estrés laboral, el desgaste emocional y el burnout se han vuelto fenómenos frecuentes, pero sus consecuencias suelen ser invisibles: fatiga crónica, insomnio, irritabilidad, despersonalización, ansiedad y pérdida de motivación. Desde la orientación psicoanalítica, se entiende que estos efectos no son solo físicos o conductuales, sino también subjetivos y requieren, en muchos casos, tratamientos psicológicos personalizados que atiendan la historia y el deseo de cada sujeto.
El precio de la hiperproductividad
En muchos entornos laborales, la cultura de la hiperproductividad impulsa al individuo a sobrepasar sus propios límites. La capacidad de rendir, de cumplir metas cada vez más altas y de estar disponible fuera del horario laboral se convierte en una prueba de valor. Quien no cumple estos estándares internaliza la culpa, el fracaso y la sensación de insuficiencia, en una lógica que alimenta el malestar psicológico vinculado al trabajo, la identidad y el agotamiento.
Tomemos, por ejemplo, el caso de Javier, un diseñador gráfico que durante meses trabajó jornadas de doce horas para cumplir con proyectos sucesivos. Su equipo lo admiraba, sus jefes lo valoraban, pero Javier comenzó a notar que llegaba a casa agotado, sin energía para su familia y con insomnio recurrente. A pesar de sentirse exitoso externamente, su mundo interior se había empobrecido.
Este ejemplo ilustra cómo la productividad entendida como rendimiento continuo tiene un precio invisible: el sujeto puede mantener la apariencia de eficacia mientras su mente y su cuerpo muestran señales de desgaste. Desde la perspectiva psicoanalítica, esto revela un conflicto entre el “deber ser” impuesto por la organización y el deseo real del sujeto, como se aborda al pensar el burnout y el impacto del trabajo en el cuerpo y el deseo.
Señales de desgaste psicológico
Reconocer los signos de desgaste psicológico es fundamental para prevenir consecuencias graves. Algunos de los síntomas más frecuentes incluyen una fatiga que no se resuelve con el descanso, la pérdida de interés por tareas que antes resultaban significativas, o la sensación de funcionar en “piloto automático” sin poder conectarse con lo que se hace.
- Fatiga crónica y sensación de agotamiento permanente.
- Dificultad para concentrarse y pérdida de motivación.
- Irritabilidad y tensión en las relaciones laborales y personales.
- Aislamiento social y disminución de la capacidad de disfrute.
- Somatizaciones: dolores de cabeza, tensión muscular, problemas digestivos o alteraciones del sueño.
El burnout, o síndrome de desgaste laboral, aparece cuando la presión de mantener un rendimiento alto se prolonga en el tiempo y supera los recursos subjetivos y organizativos del trabajador. En estos casos, la persona no solo se siente cansada, sino desconectada de su propio deseo y de su trabajo, en una dinámica donde ansiedad y estrés se convierten en formas de sufrimiento que no son lo mismo.
Otro ejemplo ilustrativo es el de Lucía, responsable de un equipo de ventas. Durante meses priorizó la productividad de su grupo sobre su bienestar personal, creyendo que el éxito profesional compensaría cualquier sacrificio. Con el tiempo, comenzó a experimentar ansiedad constante, pérdida de apetito y un vacío afectivo que se reflejaba en su hogar. En casos así, puede ser clave pedir ayuda a psicólogos especializados en estrés que puedan acompañar el proceso de recuperación.
Cuidar la salud mental en el trabajo
El primer paso para mitigar el impacto del rendimiento laboral sobre la salud es reconocer que ese coste existe. No se trata de debilidad personal, sino de una respuesta natural de la mente y el cuerpo ante exigencias prolongadas y desproporcionadas. Escuchar estas señales permite intervenir antes de que el malestar se cronifique.
Establecer límites claros en la jornada laboral, organizar tiempos de descanso y aprendizaje, y cultivar espacios donde sea posible hablar del malestar son medidas esenciales. No solo ayudan a sostener el rendimiento de manera sostenible, sino que también permiten reconectar con el deseo que motiva al sujeto más allá de la productividad externa, algo especialmente relevante en contextos de cambio como los descritos en las transformaciones subjetivas del mundo laboral y el teletrabajo.
Desde la orientación psicoanalítica, se propone crear un espacio de escucha profesional donde los trabajadores puedan poner palabras a lo que sienten sin temor a ser juzgados. Hablar del estrés, la presión y el agotamiento no solo permite validar la experiencia, sino también identificar estrategias para proteger la salud mental y emocional.
En la práctica clínica, los relatos suelen mostrar que la persona que reconoce su desgaste y puede nombrarlo recupera el sentido de agencia sobre su vida, incluso dentro de entornos laborales exigentes. La palabra se convierte en un recurso que transforma el malestar invisible en una experiencia comprendida y, por tanto, más manejable.
El efecto invisible sobre la identidad
El impacto del exceso de rendimiento no se limita al cuerpo o al ánimo: también afecta la identidad del sujeto. Mantener la imagen de eficiencia constante puede llevar a la persona a perder contacto con su deseo, su creatividad y sus intereses personales. Lo que antes se vivía como una actividad significativa pasa a ser una obligación mecánica, y el trabajador puede sentirse alienado de sí mismo.
El dispositivo de escucha profesional ofrece un espacio donde el sujeto puede reencontrarse con su propia voz, identificar lo que ha sido silenciado por la exigencia y elaborar estrategias que permitan sostener tanto la productividad como la salud mental. Este proceso no solo previene el burnout, sino que también favorece un vínculo más auténtico con el trabajo y consigo mismo.
Invitación a la reflexión y al cuidado
La productividad no es mala en sí misma, pero cuando se convierte en un mandato absoluto, transforma la vida laboral en un escenario de sufrimiento silencioso. La clave no está en abandonar la actividad, sino en escuchar las señales del cuerpo y de la mente, reconocer los límites y darles lugar, entendiendo que ningún rendimiento justifica el sacrificio de la propia salud.
El trabajo terapéutico, desde la orientación psicoanalítica, permite poner palabras a lo que la exigencia impone. No se trata de juzgar la eficiencia, sino de comprender cómo impacta en el sujeto y su deseo. Reconocer el malestar es un acto de cuidado, y nombrarlo es un primer paso para recuperar la vitalidad perdida.
Porque al final, la productividad y el rendimiento no deben medir el valor del sujeto. El verdadero equilibrio surge cuando se puede trabajar y existir, producir y descansar, rendir y sentir. Solo entonces, el esfuerzo deja de ser un peso invisible y se convierte en experiencia integrada, consciente y sostenida.
Y tal como la mente y el cuerpo reclaman espacio más allá de los resultados, conviene recordar que la vida laboral no debe borrar la vida interior: la verdadera medida del trabajo no está solo en lo que se hace, sino en cómo se habita mientras se hace.

Cuidar la salud mental en el trabajo
Invitación a la reflexión y al cuidado