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Hay un orden natural de las posibilidades de adquisición, el mismo orden en todos los niños, pero no el mismo ritmo, que varían según los bebés y las mamás, es ese orden lo que no hay que contrariar.

Vemos a niños que se desarrollan de manera desordenada cuando han adquirido hábitos de higiene como p.ej. hacer pipí/caca en un orinal porque la madre se lo exige y para complacer a ésta, antes de sentir ellos mismos el placer de permanecer en cuclillas, antes de adquirir la capacidad de andar, de trepar… Son niños “adiestrados” y colocados bajo la dependencia de un adulto, siguen un desarrollo desordenado en relación con su “naturaleza” y su progreso espontáneo. El niño renuncia a su propio placer por el placer de su madre y para estar “a buenas” con ella. Pero así se olvida de sí mismo.

Y lo mismo ocurre con la motricidad. El niño la adquiere jugando con otros niños para descubrir el espacio, ejercer domino sobre las cosas y conocerlas, saber cómo hacerlas mover con gusto, como manejarlas para que resulten útiles, mientras parlotea, hace ruido, pronuncia discursos a su manera. Si la madre lo obliga a callarse, a no tocar lo que tiene a su alcance y que no es realmente peligroso, el niño se apaga, frena sus disposiciones y queda trabado en sus adquisiciones.

Un niño en movimiento, en el que varían las expresiones de la boca, del gusto, de la mirada, de la atención auditiva, de los murmullos, un niño que toma, lanza, toquetea cosas haciéndolo de acuerdo con sus propias necesidades, un niño que a medida que crece, juega a hacer las cosas que ve e inventa otras, que satisface solo las necesidades de su cuerpo, come cuando tiene hambre, se asea porque es agradable, sabe entregarse solo a sus ocupaciones, pero prefiere aún más jugar con los otros niños de su edad, que se siente en seguridad cuando hace todas estas cosas, con una madre vigilante, pero no angustiada, ni demasiado severa ni demasiado permisiva, una madre que no es la esclava de su hijo y que no convierte a éste en su muñeco o en su perrito faldero, una madre que el niño ve reír, que oye cantar, que siente feliz con otras personas que no son él mismo, sin descuidarlo, ni exigir más de él cuando ella está en compañía que cuando está sola…. pues bien, esto es un niño juicioso que se desarrolla bien, un niño feliz, con alegría de vivir, con sus particularidades propias que deberán ser respetadas.

Es la relación con los demás, con los seres vivos, con los animales, con las plantas, con las flores, con los elementos, con las cosas y con las palabras que se digan sobre todo, lo que hace de un niño un ser de intercambio, capaz de tener, de hacer, de tomar y de dar, de saber y de inventar, un ser humano que poco a poco se convierte en una personita de agradable compañía y realmente lo es alrededor de los 30 meses.

El niño tiene que aprender todavía muchas cosas antes de los tres años para estar en seguridad en todas partes, para poder adaptarse a la disciplina que le impone la escuela de infantil sin que ésta lo ahogue, por el contrario debe sentir placer en la escuela al descubrir allí con júbilo nuevas actividades.

Aprenderá su nombre, y preguntará porqué lleva ese, descubrirá su sexo y su porvenir, de quién es hijo o hija y lo que quiere decir eso, su dirección, el nombre de las calles, el recorrido para ir a la escuela. Y también aprenderá que no se tiene todo lo que se quiere, que no se toma lo que no se nos da y que todo se paga. Que hay que saber defenderse, no causar daño adrede, ser prudente en la calle, en suma, todo lo que le dará seguridad en la sociedad y todo lo que le hará posibles nuevas adquisiciones todos los días mientras alcanza cada vez más autonomía y mantiene mejores relaciones con los demás, entre los cuales elegirá a sus amigos. Y también aprenderá a vivir con los que no lo son.

Por lo tanto hay un orden de la naturaleza que el amor de los padres y la educación utilizan o no, desarrollan o no, pero que es importante procurar no contrariar.

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Escrito por:
Mila Herrera
Directora de Psicoclínica Barcelona

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